Breves notas sobre derecha e izquierda en América Latina I

Latinoamérica ha estado sometida a distintos vaivenes políticos en los últimos 30 años. El fin de la Guerra Fría, primero anunciado con la caída de Muro de Berlín en 1989 y luego con la apertura que supuso La Perestroika y El Glasnost, daban punto final a más de 40 años de disputas geopolíticas y económicas entre la Unión Soviética —y sus respectivos satélites— y EEUU y sus aliados. A fines de los 80 y principios de los 90, esa disputa entre ambos polos (el socialista y el capitalista) parecía dirimirse en favor de los segundos. Al caer la Cortina de Hierro, el capitalismo emergía no sólo como un modelo político-económico, sino también como una forma de vida; el American way of life se posicionaba a través de la gran industria cultural de factura, principalmente, norteamericana.
Latinoamérica no escapó a los embates que dejó tras de sí la Guerra Fría. De hecho, en la década del 90 aún permanecían movimientos con una clara tendencia de izquierda en la región. Aunque, hay que señalarlo puntualmente, estos movimientos eran reducidos en términos de capacidad y de apoyo. La influencia de EEUU en la región era notoria. Los movimientos de izquierda estaban localizados, fundamentalmente, en Cuba y en la Nicaragua sandinista específicamente con el primer gobierno de Daniel Ortega (1985-1990). De tal manera que las izquierdas en la región estaban bastante mermadas. Las olas de gobiernos neoliberales —aquellos que colocaban en el centro de lo económico al Mercado, mientras que el Estado se subordinaba a las trasnacionales— tomó cuerpo en esta parte del mundo. En Argentina, el menemismo abrió una etapa neoliberal profunda con una combinatoria entre populismo y algunos elementos simbólicos propios del peronismo. Una figura carismática que, sin duda, avanzaba a paso firme hacia un proceso que derivó en índices inflacionarios nunca antes visto en el país.
Las políticas económicas de como Venezuela, Colombia o Argentina estaban bajo la férrea mirada del Fondo Monetario Internacional (FMI), que imponía condiciones económico-productivas a los países para poder cumplir con los pagos de deuda adquirida por los gobiernos de buena parte de las naciones latinoamericanas. A través de los denominados “paquetes de medidas”, el FMI se giraba instrucciones para la reducción de la inversión pública, lo que golpeada de forma directa a las clases sociales más desposeídas. La deuda externa de estos países crecía a límites nunca antes vistos (algunos jugaban con la palabra externa y suprimían la “x” por lo que hablaban de la deuda eterna).
En febrero de 1989, explota una ola de protestas populares en Venezuela en contra de las medidas económicas aplicadas por el recién electo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Las calles de Caracas fueron escenarios de represiones y asesinatos por parte de los organismos policiales de aquel entonces. Con el denominado “Caracazo” se da inicio a un cuestionamiento serio a las políticas neoliberales en la región.
Años más tarde, en diciembre de 2001, las masas populares argentinas se lanzaron a la calle con el celebérrimo grito ¡Qué se vayan todos! En clara alusión a las políticas neoliberales de los dos periodos menemistas y las recientes medidas económicas tomadas por Fernando de La Rúa, quien hereda, definitivamente, la posta de “El turco”. Las clases populares argentina levantaron un grito de protesta en contra de la clase política dominante y exigió cambios profundos en lo económico, político y social. De igual forma, en Brasil, las políticas de privatización de Collor de Mello también derivaron en protestas sociales importantes.
A todo esto, la mayoría de los gobiernos de la región no sólo tenían sobre sí la presión del FMI y las directrices emanadas del Consenso de Washington, sino que eran gobiernos profundamente corruptos que no representaban los intereses de las grandes mayorías populares. Sin embargo, una década después del denominado “Caracazo”, Latinoamérica veía con ojos de asombro el surgimiento de una nueva clase política que iría a contra mano de las políticas neoliberales y que apostaba todas sus fichas a los sujetos subalternos de la política: el pueblo.